miércoles, 30 de mayo de 2018

Por los huevos de Fabergé (30 de mayo de 1846)


“La perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas.”
- Miguel Ángel -
Por Gabriel Macías Nito 
veces es imposible contar la historia de Rusia sin sus famosos “huevos”. Todo comenzó en la pascua de 1885. La pascua rusa se celebra con tres besos y el intercambio de huevos de Pascua, esta es una de las fiestas más importante del calendario de la Iglesia ortodoxa rusa.

Aquel año, el zar Alejandro III, siguiendo la tradición, dio tres besos a su esposa, la emperatriz Maria Fyodorovna y le regaló el tradicional huevo. Lo que no sabía el zar, es que su hijo, Nicolás II continuaría regalándoles huevos a su madre y a su esposa cada Domingo de Pascua. Conforme iban trascurriendo los años, este tradicional regalo pascual se fue volviendo cada vez más y más sofisticados, hasta convertirse, además de símbolos perpetuos de la cultura rusa, en piezas de un valor incalculable.

Aquel primer “inocente huevo”, hoy es conocido como el Huevo de Gallina de 1885, fue muy simple. Estaba hecho de oro y con un esmalte exterior blanco para darle al huevo la apariencia de, eso, de huevo. Cuando las dos mitades del huevo se separaban, revelaban una yema de oro que a su vez se abría para revelar una “sorpresa”: una gallina de oro sentada en un nido de paja, también de oro. El huevo recordaba a la patria de la emperatriz, Dinamarca.

El regalo fascino a la emperatriz, y el zar encargó otro huevo al mismo joyero para el año siguiente, solo que esta vez, el regalo fue, digamos, un poco más sofisticado, y la emperatriz quedó aún más agradecida. A partir de entonces el zar encargó a este joyero todos los huevos de Pascua. Alejandro le dio al diseñador gran libertad creativa, solo estableció tres requisitos: que los huevos tenían que ser en forma de huevo; que tenían que contener una sorpresa; y que los diseños no podían repetirse.

En joyero de estos indiscutiblemente preciosos, distinguidos y valiosísimos huevos, fue Karl Gustavovich Fabergé, su nombre con el pasó de los años se volvió marca. Sin duda, la osadía de crear estos extravagantes presentes fue lo que convirtió a este orfebre y joyero, en el más destacado y reconocido de Rusia.

Nació el 30 de mayo de 1846 en San Petersburgo. Cuatro años después de su nacimiento su padre, el joyero Gustav Fabergé, fundó una empresa familiar de joyería. Puso todo su empeño en darle a su hijo una educación excelente. Durante unos años estudió joyería en diversas ciudades europeas. Y en 1872 pasó a ser el responsable de la joyería que fundó su padre. En el año 1882 en la Exposición Panrusa celebrada en Moscú presentó unas elegantes joyas de señoras, por las cuales fue obsequiado con una Medalla de Oro.

El trabajo de Fabergé atrajo la atención del zar Alejandro III, quien, para 1885 encargó el ya citado regalo de pascua a su esposa. Con el paso de los años Fabergé realizó 54 huevos imperiales. Lleno de éxito montó tiendas Fabergé, en Petrogrado, Moscú y Odesa. Ya no solo diseñaba huevos sino joyería que compraban las familias adineradas en los últimos días de la Rusia imperial.

Llegó entonces la Primera Guerra Mundial y Fabergé, lleno de éxito y fortuna, seguía realizando encargos para la familia imperial, la nobleza y la alta burguesía. Sin embargo,  por petición del gobierno zarista, Fabergé, debió transferir todas sus cuentas de bancos extranjeros a los rusos. Cuando los bolcheviques, completamente arruinados por la revolución necesitaron fondos, decomisaron todos los ahorros de los bancos rusos y entre ellos los de Fabergé. Perdió así su gran fortuna. Con grandes dificultades abandonó Rusia en 1918 y Karl Fabergé apenas ganó lo suficiente para sobrevivir los últimos años de su vida.

Y los huevos, que pasó con aquellos 54 huevos llenos de las piedras preciosas más exuberantes del mundo, pues, las obras maestras del joyero fueron puestas en venta por los bolcheviques, el país necesitaba dinero y veía en estos artículos un símbolo del derroche absurdo de la Rusia zarista.

Extranjeros adinerados aprovecharon las gangas y muchos huevos salieron de Rusia. El director de la armería Dmitri Ivanov luchó por cada una de estas piezas únicas, escribió notas rogando no se vendieran los huevos, pero sus suplicas parecían ridículas, en vísperas de la retirada de los diez últimos huevos se suicidó. Fue eso precisamente lo que salvó el resto de la colección, que aún se conserva en los museos del Kremlin.

En el año 1951, los descendientes de Carl Fabergé perdieron todos los derechos sobre la marca. En la actualidad la casa Fabergé sigue vendiendo joyas en sus boutiques de Ginebra, Nueva York, Londres y Hong Kong. Los artículos de Fabergé siempre son demandados y pensar que todo comenzó “Por los huevos de Fabergé”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario