jueves, 3 de mayo de 2018

Catalina II la Grande (2 de mayo de 1729)

“Puedo ser amable, generalmente soy gentil, pero en mi ocupación me veo obligada a conseguir terriblemente lo que quiero.”
-Catalina II la Grande-  
Por Gabriel Macías Nito
Reconocida como una de las figuras más importantes de la historia occidental. Catalina II fue, junto a Iván IV el Terrible y Pedro I el Grande la triada de los gobernantes más prominentes de Rusia. Durante su reinado, entre 1762 a 1796, se comportó como una extraordinaria estadista. En nuestros días, es difícil encontrar ejemplos similares. Mujer digna de admiración ya que se abrió paso “en un mundo dominado por hombres”.

Expandió el territorio del Imperio ruso y mejoró su administración, siguiendo la política de occidentalización. Tenía fama de ser un “déspota ilustrada”, sin embargo, también fue alabada por su generosidad y humanidad. Muchos historiadores la asocian con todos los acontecimientos y tendencias importantes en el papel mundial en expansión de Rusia.

Consolidó las reformas que años atrás había comenzado por Pedro I. Su trabajo lo hizo gradualmente, con calma, firmeza y determinación. El príncipe Pyotr Vyazemsky, al hablar sobre ella expresó: “El ruso, quería que los rusos se convirtieran en alemanes, y la dama alemana terminó por consolidar la identidad y el orgullo ruso.”

Su nombre de pila era Sofía Augusta Federica Anhalt-Zerbst, nació el 2 de mayo de 1729 en Szczecin, actualmente en Polonia, en aquellos años pertenecía al reino de Prusia. Proveniente de una familia de pequeños nobles alemanes. Cuando se le comprometió con el futuro zar Pedro III, según la fe ortodoxa, fue bautizada como Catalina.
En 1745, se casó con Pedro de Holstein, gran duque y heredero al trono ruso. 

El matrimonio fue desdichadamente infeliz, y el futuro de la ahora conocida como Catalina, era el de convertirse simplemente en reina consorte de Rusia y cumplir con su labor como mujer, dar herederos al imperio. La inteligente y astuta Catalina tenía otros planes, no tardó en rodearse de un grupo de seguidores en San Petersburgo y comenzar a trazar su carrera al trono.

En 1754 dio a luz al futuro emperador Pablo. El marido de Catalina accedió al trono como Pedro III en 1762. Excéntrico, inestable, despectivo con sus súbditos y pusilánime, pronto se vio amenazado por varios grupos importantes de la sociedad rusa. El 9 de julio de 1762, siguiendo una práctica habitual en la Rusia del siglo XVIII, la Guardia Imperial le derrocó y colocó en su lugar a Catalina en el trono. Pocos días después Pedro fue asesinado.

La nueva zarina fue reconocida como Catalina II, e hizo de Rusia una potencia dominante. Dio continuidad a la edad de oro rusa y la puso en un lugar aún más alto, aunque para ello, la dama procedente de tierras germanas, debiera recurrir a las más maquiavélicas acciones.

Las artes y las ciencias le deben mucho a Catalina, no solo porque creía que eran importantes, también porque las veía como un medio por el cual Rusia podría adquirir una reputación como un centro cultural. Bajo su gobierno, San Petersburgo fue parcialmente reconstruida y se convirtió en una de las capitales más deslumbrantes del mundo.

Con su estímulo, el teatro, la música y la pintura florecieron, mientras que, bajo su patrocinio, la Academia de Ciencias alcanzó nuevas alturas. Hacia el final de su reinado, San Petersburgo era uno de los principales centros culturales de Europa. Una de las acciones más reconocidas es la fundación del Hermitage, museo, en aquellos días anexo al Palacio de Invierno. En la actualidad “el museo de Catalina II” pose la más grande colección de pinturas del mundo.

Durante 34 años, Catalina modernizó al gigante ruso y gobernó rodeada de amantes, su vida “amorosa” fue poco discreta y se han escrito miles de páginas sobre las extravagancias licenciosas de aquella extraordinaria mujer.

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