“Dios, úneme con una buena
bailarina”.
-William Shakespeare-
Sus últimos años los vivió excéntricamente, murió a los 89, 1981, Lydia.
Quien se había reconocido como una de las mejores bailarinas del siglo XX, era
una anciana agradablemente desvergonzada, tomaba el sol desnuda o asistía a los
grandes eventos londinenses en bata.
Lidia Lopokova nació en San
Petesburgo el 21 de octubre de 1892, como bailarina, estaba un nivel debajo de
las grandes bailarinas imperiales de su época; pero su atrevida personalidad la
llevaba a sus ejecuciones, lo que le valió ser una de las favoritas de los
coreógrafos modernistas.
En su juventud, su vida amorosa era
igual de atrevida que sus ejecuciones, su primer matrimonio fue con el famoso
productor de ballet, Diaghilev, tuvo sus amoríos con Stravinsky y un misterioso
general blanco ruso la llevó a un colapso nervioso y a una desaparición de 18
meses.
Pero después de la Primera Guerra
Mundial, se hizo muy popular en Londres, donde conoció al muy afamado
economista ingles Maynard Keynes y la atracción de los opuestos funcionó con su magia química, Keynes quedó
cautivado por la “locuas” bailarina y tras un romance, se casaron en 1925.
Keynes era un barón, y ella no
era bien recibida en los círculos británicos, Lopokova lo tomó todo con calma y
con el tiempo la animosidad se suavizó y fue aceptada en la elite británica. Era
feliz con su marido y esto le fue retirando de los escenarios hasta que tras un
infarto de su marido en 1937 definitivamente dejó de bailar y se dedicó
exclusivamente a atenderle.
Fue una viuda solitaria, pero
rica, y no mostró resentimiento o deseo de pensar en las glorias pasadas, se fue
desvaneciendo en sus recuerdos sin quejarse, su “el genio de su personalidad y
su historia de amor” le volvieron una leyenda digna de novela.
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