“Ningún hombre sabio o valiente se coloca en las vías de la historia y
espera a que le pille el tren del futuro”.
-Dwight Eisenhower. 34º presidente
de Estados Unidos-
Alejandro III de Rusia y la familia imperial estaban camino a San
Petersburgo, regresaban de Crimea, y contrario a las reglas ferroviarias del
aquellos tiempos, el tren excedía los quince vagones permitidos, muy por encima
del límite de seguridad, iba a exceso de velocidad y te ansportado por dos
motores de vapor, una combinación que causaba, además de sorpresa por no ser un
sistema común de aquellos tiempos, vibraciones. Para muchos técnicos expertos,
todas estas fueron las causas del fatal accidente y ocasionaron el
descarrilamiento cerca de la estación de Borki, en la antigua gobernación de
Jarkov del Imperio ruso (actual Óblast de Járkov de Ucrania).
El desastre del tren de Borki, como se le conoce en la historia a esta
tragedia ocurrió el 29 de octubre de 1888, 17 de octubre en el calendario
juliano. El tren imperial descarriló a alta velocidad. Murieron veintiún
personas en el lugar del accidente y dos más tarde, muchas más resultaron
heridas.
Según la versión oficial de los acontecimientos, el zar Alejandro III se
comportó como un héroe y logró salvar a toda la familia real. Sostuvo el techo
derrumbado del vagón donde viajaba la familia imperial sobre sus hombros
mientras su familia escapaba ilesa del sitio del accidente.
La historia de la salvación milagrosa se convirtió en parte de la tradición
contemporánea y propaganda del imperio. Se celebró la supervivencia de los
Romanov. En la visión de la iglesia ortodoxa, la salvación de la familia
imperial fue aclamada como intervención divina por el Soberano y presagiaba un
futuro próspero para la familia Romanov. Tres décadas después Rusia estaría en
plena revolución, y Nicolás había sido ejecutado por los Bolcheviques.
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